Oliver Aquino
El inesperado black out
nos obligó a pausar el ritmo acelerado de la rutina diaria y, sin darnos
cuenta, nos regaló un momento invaluable: volver a compartir en familia. Sin la
distracción constante de las pantallas, las notificaciones y el ruido digital,
nos reencontramos en una conversación genuina, mirándonos a los ojos,
recordando anécdotas y riendo sin filtros. La ausencia de luz se convirtió,
paradójicamente, en una chispa que encendió la conexión humana que muchas veces
dejamos a un lado por el uso excesivo del teléfono.
En medio de la oscuridad,
descubrimos que no necesitábamos tanto para sentirnos cerca: bastó una vela,
unas palabras y la disposición de escuchar. Este momento nos hizo reflexionar
sobre cómo la tecnología, aunque útil, ha ido ocupando el espacio que antes
pertenecía al encuentro familiar. El black out fue una pausa impuesta,
pero también una oportunidad para reconectar con lo esencial: el calor del
hogar, la conversación sincera y el simple placer de estar juntos.
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